Las travesías como imaginarios  

En cualquier diccionario, travesía supone una definición extremadamente concisa, por ejemplo, distancia entre dos puntos recorridos por tierra o por mar. Sin embargo, la palabra travesía suele remontar los vuelos de la imaginación por encima de precisiones etimológicas. Para muchos, aunque acepte la posibilidad de sinónimos o términos afines como trayecto, tránsito, navegación, traslación, sólo la palabra travesía supone la capacidad de evocar sabores de aventura, de descubrimientos, de exploraciones, incluso de desasosiegos y presagios.

Los desplazamientos cotidianos adquieren un poder transformador, la travesía tiene, entonces, la capacidad de trascendernos a un estado de ensueño. Mientras se camina por enésima vez por la misma calle, mientras se soporta, también por enésima vez, el lento transitar de un ómnibus, la concreción de una travesía puede redimirnos en una aventura gratificante o convocar los fantasmas de arcaicos temores.

El trayecto deja de ser, entonces, una recopilación acostumbrada y trivial de cuadras, casas, paisajes o kilómetros, para ser una experiencia donde lo real se confunde con lo fantástico, con lo maravilloso. El tránsito y todas sus posibles escenografías, alumbran multiplicados imaginarios. "No solo hacemos la experiencia física de la ciudad, no solo la recorremos y sentimos en nuestros cuerpos lo que significa caminar tanto tiempo o ir parado en el ómnibus, o estar bajo la lluvia hasta que logremos conseguir un taxi, sino que imaginamos mientras viajamos, construimos suposiciones sobre lo que vemos, sobre quienes se nos cruzan, las zonas de la ciudad que desconocemos y tenemos que atravesar para llegar a otro destino, en suma que nos pasa con los otros en una ciudad".(1) Lucía Pittaluga ha comenzado a investigar y crear a partir de esos imaginarios, dando testimonio de sus encuentros con los paisajes y con otros transeúntes de esas singulares travesías. De seguro, condicionada por circunstancias personales específicas, como el haber vivido en una zona alejada de Montevideo y el haber tenido que realizar casi diariamente sus trasiegos de salida y retorno.

La propuesta supone un impecable ejemplo de instalación. Parece importante aportar algunas precisiones en torno a la trajinada y poco definida cuestión de las instalaciones. Concretar una instalación supone, obviamente, ejercer la acción de instalar, es decir, de colocar las cosas en su debido lugar. Conste que no se está planteando una tontería, se está planteando un criterio fundacional.

El lugar físico, la capacidad de asumir ese lugar físico con absoluta fluidez, configuran requerimientos ineludibles. El primer acierto de Lucía Pittaluga tiene que ver precisamente, con el acierto en la elección de un lugar físico. El espacio, una alargada caja prismática, es un nítido sector circulatorio, un tránsito que vincula dos puntos, que define direcciones y sentidos. La propuesta no disimula ni travestiza ese carácter, por el contrario, lo subraya decididamente. Ese espacio es resignificado por la presencia de los elementos creados pero sin distorsionar sus notorios rasgos de circulación. Es decir, aceptando ese receptáculo de travesías azarosas para instaurar la metáfora premeditada de otras travesías.

El segundo acierto tiene que ver con la manera de configurar la propuesta de instalación. En una de las paredes, descarta las zonas tradicionales de exhibición y elige cubrir una larga franja ornamental. El acto creativo no se concierta mediante un criterio expositor convencional sino por la apropiación y consecuente transformación de un elemento subalterno que es elegido como decidido guión espacial. Sobre esa franja se acumulan signos recurrentes en los trabajos de la autora. Formas híbridas entre lo orgánico y lo fantástico, grandes almohadones de hinchada opulencia, pequeños objetos que parecen extrañas vísceras o extraños frutos, ambiguamente ubicados entre los textil y lo objetual. En las paredes del lado opuesto, como estaciones de un vía crucis urbano, los diseños superpuestos de diferentes travesías. Especies de mapas solicitados a un grupo de personas diferentes, dibujados por ellos mismos y sin intencionalidad artística, reproduciendo las respectivas travesías cotidianas. Esos mapas son después escaneados por Lucía Pittaluga para ser finalmente impresos sobre acetatos. Cartografías precarias, simples y espontáneos bocetos, donde los detalles de la travesía no cuenta de manera determinante sino, sobre todo, por su reiteración y su acumulación. Presentados con montaje igualmente precario y poco institucional, apenas sostenidos sobre la pared por pequeños clavos.

Al mismo tiempo ese espacio deja de cumplir con la mera función banal de ser una circulación, incluso de ser un recipiente destinado a exposiciones. El espacio adquiere un carácter mesuradamente ritual. Se convierte en escenario donde se podrá aceptar la vivencia de una nueva y ambivalente travesía, vinculada, simultáneamente, al bagaje de tránsitos anteriores y amparando una experiencia inaugural, infrecuente, inesperada, con algo de desafío. También en ese sentido, tercer acierto, la propuesta cumple con otro rasgo determinante de la disciplina instaladora, ser un escenario donde se pueden protagonizar pertenencias ocasionales.

El contemplador funda el espacio, lo renueva y lo restaura. Para él deja de ser un lugar neutral para ser soporte activo, sustento de la comunión participativa.

En ese escenario los contempladores seremos,al decir de Deleuze y Guattari viajeros y nómadas. Será vivido como un "espacio en el que velamos, combatimos y vencemos y somos vencidos, buscamos, entramos e inmediatamente volvemos a perder nuestro sitio". (2) Viajeros y nómades de travesías que son, inevitablemente, imaginarios. Actores que desde la recepción sensible iremos desgranando el sedimento reflexivo.

Seguiremos más allá del vínculo contemplativo, velando y combatiendo, buscando, perdiendo nuestros lugares fiables, reencontrándonos en una traslación desde la memoria y hacia la memoria.

Las travesías y los imaginarios que propone Lucía Pittaluga no se restringen a tránsitos físicos, si bien los despalzamientos que supone un viaje, un trasiego urbano, un itinerario privado, están en la base de su presupuesto conceptual. Todos esos trayectos son sometidos a otro desplazamiento de carácter semántico. Las travesías que custodian desde los dos contextos de la instalación, buscan ser un testimonio distanciado pero extremadamente alusivo. De alguna manera, se establece una especie de diálogo entre las travesías dibujadas por diferentes personas y ese conjunto abigarrado, áspero y perturbador que a modo de extraño río discurre en la pared paralela.

Parecería decirnos que las acostumbradas rutinas, los tránsitos ejecutados de manera casi inconsciente, implican una contrapartida saturada de secretos, habitada por lo inesperado y lo imprevisible.

Italo Calvino ha sostenido que la literatura es un puente muy frágil e improvisado tendido sobre el vacío. Lucía Pittaluga parece sugerir que las imágenes de su instalación, tienden un puente también frágil, sobre el silencioso vacío que separa la realidad visible de la realidad imaginada. Un puente que intenta servir de gesto transaccional entre las certezas del pensamiento racional y las tibias incertidumbres del pensamiento crecido desde el mito.

Alfredo Torres

(1) Néstor García Canclini: "Imaginarios urbanos" Eudeba Buenos Aires, 1997

(2) Gilles Deleuze y Félix Guattari: "Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia". Pretextos. Valencia, España 1997.

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