Didáctica de la ilusión

Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces.

Mia Couto. Trilogía de Mozambique.


Habitar un alfabeto puede convertirse en una tarea casi imposible. Borges lo intuyó en su Aleph, a través de esa letra/objeto donde todo el universo confluía en un solo punto. Un abismo que desborda el pensamiento, un juego que la mente no puede resolver y donde reside el infinito.

El primer paso para jugar es estar de acuerdo, establecer reglas, delimitar espacios, abandonar por un instante las certezas del mundo adulto y habilitar el vasto territorio de la ilusión. Mauricio Rodríguez abre el juego en Criptogramática para principiantes, con la consolidación de un trabajo que viene realizando desde hace ya unos años.

A partir de construcciones formales, jerarquías semánticas y conceptuales, Rodríguez propone habitar un nuevo alfabeto (término utilizado aquí para designar un sistema semiótico capaz de codificar elementos lingüísticos) a partir del cual sustituye cada letra por un símbolo utilizado en el intercambio económico, entre los que se incluyen: criptomonedas, monedas en circulación e históricas.

El artista juega con estos símbolos y con los personajes que marcaron su infancia. Juega con los objetos que recorta y dibuja con minuciosidad, y juega seriamente con todos nosotrxs, que aceptamos la partida y nos dejamos llevar por el recorrido pedagógico que parodia mientras enseña.

Propone un recorrido dividido en cuatro salas y en cada una de ellas desarrolla una tarea de aprendizaje: abordar el nuevo alfabeto y ponerlo en práctica; ensayar su lectura desde la imagen y accionar sobre las letras de encastre en un intento de recomponer el lenguaje. Si una posible didáctica nace del aprendizaje de la lectoescritura, en esta nueva configuración se transforma en gesto artístico, enunciado irónico que tensa y amplifica dos sistemas culturales de representación: el cómic/anime y el universo financiero. Acción que desde el arte se vuelve un acto de insurgencia creativa: desaprender el alfabeto latino, vaciarlo de contenido, en una ironía que se vuelve praxis.

Su propuesta amplifica algunas de sus preocupaciones como docente: considera que ciertas concepciones del sistema educativo insisten en formar individuos bajo la lógica del capital, donde la idea del éxito personal y la meritocracia, (bajo la promesa del premio al talento y el esfuerzo) rara vez se reflejan en la práctica y muchas veces terminan reforzando desigualdades ya existentes. Para ello crea objetos, entrelaza maderas, gomas, pizarras, tiza, lápices de color, elementos clásicos que frecuentemente se encuentran en las aulas, como punto de partida para elaborar su trabajo.

Recurre al pastiche como recurso constructivo, nutriéndose de imágenes que se encuentran disponibles y en circulación: dibuja, cala, superpone, filma y conecta imposibles, en un flujo armónico y tenso a la vez. Extrae personajes del universo del cómic y el anime que además de formar parte de la memoria infantil del artista, constituyen buena parte de las construcciones sociales y culturales del imaginario de muchas generaciones, en referencia a conceptos como la riqueza, el éxito, el trabajo, el sacrificio, el poder, la fuerza y sus opuestos.

Dibujos fácilmente reconocibles, popularizados por los grandes medios, muy masculinizados y que conllevan la idea de patriarcado como una estructura socio-cultural profunda de carácter civilizatorio. Rico McPato se zambulle en montañas de monedas de oro representando el sueño americano llevado al extremo: el mérito individual como camino a la gloria. Los enanitos del cuento clásico de Blanca Nieves son un signo arquetípico del obrero feliz, encarnan la obediencia sin conflicto y Pinocho, el muñeco de madera, representa una figura en tránsito, un proyecto de humano, con una actitud moralizante entre la mentira y la verdad.

En su gramática lo "cripto" nunca es del todo revelado. El dispositivo didáctico-lúdico se torna difícil en el intento de lectura y decodificación, habilitando un espacio que permanece suspendido. En el cruce entre dibujo y escritura resuena su origen común: el verbo griego graphein (γράφειν), que no solo significa escribir o dibujar, sino también arañar una superficie. Es ese gesto primitivo (inscribir, marcar, herir levemente el mundo) donde se funde la necesidad de decir, con la de dejar huella. Allí, el trazo y la palabra comparten una misma raíz: la de quien busca sentido transformando la materia.

Porque algunas palabras no buscan ser leídas sino habitadas, en algunas construcciones linguísticas el texto abandona su función informativa, para devenir color, volumen, recorte. Lo ilegible se transforma en poesía y la lectura, en una experiencia táctil del pensamiento.

Es allí donde habita una didáctica de la ilusión, en la posibilidad de abordar los símbolos desde el canto tornasolado del reflejo, sin dejarnos encandilar completamente por sus adornos y brillos. Y quizás sea allí, donde habite la didáctica como posibilidad de fuga, como terreno fértil para imaginar otros mundos posibles.

Tal vez, el artista simplemente nos propone un juego de espejos, donde nos advierte para que volvamos a mirar y en el extravío de reflejos, encontrar algún Aleph para habitarlo nuevamente.

Lucía Pittaluga, julio 2025